jueves, 10 de septiembre de 2009

ESTAR EXPUESTO.Mar Florez Crespo


En cada exposición se pone a prueba un trabajo, se somete una serie de creaciones al juicio del público. Es un acto de riesgo y compromiso, de profundización del conocimiento y de búsqueda de relaciones sutiles entre unas obras, el público, y el artista.
La percepción de los signos y códigos expresados en las piezas de un artista deben desencadenar en nosotros la puesta al día de nuestras experiencias, de nuestras emociones. En una creación artística no se trata tanto de expresar una teoría como de evocar cierto estado de ánimo. En sentido figurado es relatar una historia que cobra vida al leerla, contarla o ser escuchada.
El discurso está articulado a través de cada pieza, con sus códigos de comunicación. Mostrarlas al público hace que cobren nueva vida, que enriquezcan sus significados hasta el punto en el que, de no ser expuesta, sería una obra deshabitada.
La sala es físicamente el espacio donde se ubican las obras ordenadas y separadas. Cada hueco en la pared crea un paréntesis, una área en suspensión, un silencio, una excepción al margen de los flujos cotidianos. Así, el conjunto sería una suma, una yuxtaposición de una serie de piezas separadas por espacios neutros.
Las piezas son, por tanto, los substantivos de un relato. Condensan individualmente una unidad completa de información y significado, cuya razón de ser cobró sentido al ser creada por el artista, producto de su subjetividad. Atesoran la emoción de un instante muy personal de su creador. La plasmación de ese instante se hace especial en la exposición porque conecta con otras realidades.
Una a una, al experimentarlas como espectador, hacemos nuestras esas obras, se apropian también de nuestra intimidad. Y todas ellas combinan las múltiples posibilidades de asociación y de relación con tantos otros universos conceptuales, sensoriales, personales y particulares de cada cual.
Sin embargo, al presentarse separadas por el trozo de pared que media entre cuadro y cuadro, carecen de elemento aglutinador. Permanecen incomunicadas en el conjunto del discurso, falta el engranaje de los verbos, conjunciones, preposiciones, y demás entramado que las enlace y las transforme en eslabones de esa historia.
El espectador que se acerca a una exposición está invitado a colmar esos huecos, a enlazar substantivos del relato, a elegir el repertorio de vocablos que completarán ese discurso. Asume la labor de atreverse a escuchar el mensaje del otro e intentar descifrar esos códigos o cotejarlos con los suyos. Es el margen de aporte creativo del que asiste a una muestra, de la persona que contempla, que percibe, experimenta, padece, disfruta... Se conmueve.
Entonces la obra aún está viva, pasa de la subjetividad vital de la creación del artista a la vitalidad de la percepción del visitante. Ahí reside la emoción, la incertidumbre, esa necesaria pulsión vital de estar siempre expuesto a transmitir y a recibir.
El artista exhibe fragmentos de su propia historia, su propia intimidad, exteriorizada de un espacio privado al espacio público de la sala de exhibición. Quebranta las leyes propias del secreto de esa intimidad, de ese espacio de su interioridad, en un acto de levantamiento contra sí mismo.
En sus últimos trabajos Karlos Viuda transmite su mensaje con una fuerza y energía implosivas. Son formas abstractas en evolución, gestándose a sí mismas al azar del discurso de los acontecimientos no premeditados pero perfectamente calculados en el planteamiento inicial de sus objetivos y en su acabado; dinámicos e inquietantes en tanto que desconocidos, misteriosos.
El color, como elemento opaco y a la vez aplicado por veladuras, confiere cierta organicidad al resultado y destaca su personal naturalidad. Es una escritura abstracta desde los colores, las texturas y los planos que se alejan o acercan. A partir de ahí, tras su materialización, cede su significado a favor de su presentación ante la colectividad.
Los cuadros se presentan en cajas transparentes en su frente, cerradas de forma hermética, marca de los límites entre aquellos que no conocen su secreto y los que se atreven a traspasar su materialidad hacia su propia interioridad. En su interior tienen vida propia, metáfora de su pugna por mostrar su real esencia.
Al aproximarnos a las obras y contemplarlas palpamos con la mirada sus fronteras. En algunos casos las traspasamos y en otros las merodeamos, pero sin llegar a atravesar hacia su otro lado, sin emoción. Dejarse seducir por la obra, cruzar esa frontera, nos introduce más allá de sus límites materiales, supone dirigirse al lugar donde empieza el motivo por el que se interroga la pieza y el sentido de la exposición.
En apariencia es un cuadro tradicional, pintado con acrílicos, pero que se revela en sus capas interiores; se está rompiendo porque algo de adentro está empujando. La fuerza de su contenido hace estallar la superficie bidimensional que la trampa material de la pintura nos muestra plana.
El conjunto que se muestra no es una confesión del autor ni un acto impúdico, a pesar de exhibir públicamente aquello que pertenece al espacio de su interioridad. A cambio, es una invitación a explorar su significado. Delante hay una escenificación material de planos, formas, colores y números, tras ella reluce una certeza inmaterial. Pero ¿hasta qué punto este proceso es equipotencial?, ¿Hasta que punto nosotros como espectadores y Karlos Viuda como su creador tenemos un punto de encuentro en las obras? Pretender dar respuesta a esta incógnita sería descubrir lo inefable de toda creación artística, malograría su desarrollo natural y disfrazaría la desnudez y autonomía con la que se presenta esta exposición.
Interpretar de una única manera cualquiera de los gestos plásticos, cualquier trazo de una de sus obras es insatisfactorio. Si hay un mensaje,
es el que resulta de las sensaciones experimentadas por su creador y por el visitante como espectador, en comunión interior, sin traducir en palabras escritas, sólo con el lenguaje de la emoción.
Ante la oscuridad de la evidencia material, cada pieza ofrece sacar un secreto a la luz, desnudarse, exhibir su subjetividad en nuestro escenario anímico. Es un enigma por descubrir o sobre lo que todavía nadie ha dicho nada, una intimidad del artista que conecta con la nuestra. Ponerse en contacto con una colectividad, con otras intimidades, testimonia el deseo de que la emoción con la que nace y se conmueve en su creación se experimente en la contemplación de la misma: mirar y dejar entrar a lo otro en ti, entrar en lo otro y hacerse uno.
Cuando se vence el miedo a ser absorbido por lo otro y se descubre en ello su esencia, aquello que había sido ajeno se transforma en propio, en experiencia, y con el tiempo en recuerdo...
En todas las pinturas de esta exposición el motivo es el momento que las provocó plasmado en expresión artística. La materia se ha convertido en forma, y la expresión que da forma a la materia se ha transformado en la experiencia del momento en la que se expresó la forma, y así en un círculo infinito. Esto, que leído de corrido desalienta, resume la metáfora expositiva como paso del acontecimiento particular, interrumpido, anecdótico, fragmentario de cada obra, a la trabazón de la continuidad de la existencia.
En resumen, los sentimientos, las ideas, los pensamientos, son invisibles, inodoros, incoloros, insípidos... Misteriosos y absolutamente personales y subjetivos al leerlos en su sensualidad. Y a la vez esos sentimientos son el camino para explorar el lenguaje de nuestras almas. La pintura como expresión artística, y al igual que otras artes, es un método de exploración de los sentimientos, una manera de dar pasos en ese camino.
Es cierto que a veces, su lenguaje, lejos de querer comunicar, tiene como fin emborronar un saber escondido, y sentimos que su comprensión está reservada solamente a algunos iniciados. Sin embargo esta no es la finalidad de esta exposición. En ella, cada obra es un acto de oposición a este convencionalismo, una invitación a ser espontáneos y mostrar libremente nuestros afectos, a conocernos a nosotros mismos, a descubrir su historia y la nuestra.
En un momento como el presente en el que los discursos artísticos formales se han hecho tan personales como indescifrables y parecen estar saturados, donde las líneas de creación actual se han dispersado hacia la pura inmaterialidad, se hace difícil creer que todavía haya algo que contar a través de la pintura. Aún así, Karlos Viuda nos demuestra que es posible, por poco que se crea que queda por decir.

En Villaobispo de las Regueras, a 14 de septiembre de 2006

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