lunes, 21 de enero de 2013

CALIGRAFÍAS Y GESTOS

Caligrafías y gestos
Javier Hernando Carrasco (El Mundo - La Crónica de León 21-10-2001)
Hay en esta exposición una doble propuesta; casi estaría tentado a decir que hay dos exposiciones en una, que además se hallan instaladas en dos espacios independientes. La primera se inscribe en el territorio de la pintura más arrebatadamente gestual: manchas extendidas a lo largo y ancho de la superficie del lienzo, explosiones cromáticas que se desparraman, cubren o se concilian con manchas inferiores. Espacios de una cierta incontinencia expresiva, algo tristes por las entonaciones aplicadas. Estos repertorios encarnan sin duda ese ‘deterioro paulatino’ a que se refiere el artista en el título de la muestra. Obras que demandan casi siempre unos márgenes físicos más amplios, ya que las grandes superficies que permiten desarrollar generosamente el gesto, son algo consustancial a este tipo de poética. A pesar de ello las nubes cromáticas que recubren los espacios encuadrados dan una buena idea de las pretensiones de su autor: fijar simbólicamente ese proceso degenerativo que es condición insoslayable de la existencia vegetal, animal, humana, si bien con progresiva intensidad el hombre viene acentuando el ritmo del proceso.
La segunda parece el resultado de un giro o quizás de una evolución acelerada de la posición precedente. Así frente al dominio de la mancha, de la pintura-pintura, como alguien habría dicho hace veinte años, se impone el dibujo y la concepción unitaria de la composición se vuelve compartimentación. Es decir que tanto la estrategia ejecutoria (mancha, dibujo) como compositiva (gesto libérrimo y orden geométrico, respectivamente) han virado ciento ochenta grados.
En ambos casos el trabajo de Karlos Viuda se orienta hacia la tradición del expresionismo abstracto, de manera sucesiva al gesto cromático y al gesto sígnico. Un gesto este último, sistemático, que sin embargo es capaz de compatibilizar la espontaneidad con el rigor, de tal manera que cada signo parece concentrarse, como si buscase de antemano un lugar que contribuyese a articular la geometría del conjunto. Caligrafías a lo Henri Michaux que se ordenan sin perder su capacidad expresiva, que buscan de vez en cuando la fuga quedando atrapados a unos milímetros de la superficie. Entonces el implacable ritmo continuo se transforma en suave quebrantamiento. La lisura visual se convierte por mor de esos fragmentos de papel vegetal en rugosidad musical; una sensación magnificada en esas dos últimas obras en las que sobre un fondo negro flotan de nuevo, sustentadas por hilos metálicos enredados, pequeñas fracciones de papel, ahora ya despojados de cualquier intervención gráfica. Las caligrafías se han disuelto a favor de la expresión más simple y elegante del ritmo sonoro-espacial.

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