jueves, 10 de septiembre de 2009

EL PINTOR DEL TIEMPO.Miguel Angel Cordero


Dice Margarita Yourcenar en “El tiempo, gran escultor” que, el día en que una estatua está terminada, su vida, en cierto sentido, comienza. Si el escultor la ha llevado desde el bloque hasta su forma humana, luego, en el transcurso de los siglos, la admiración o la indiferencia, y, en todo caso, la erosión y el desgaste, la irán devolviendo paulatinamente al estado inicial de mineral informe.

El idealista somete la pasiva materia a la activa forma. No ve la actividad de la materia, la forma de lo informe. Pero el destino de la forma está en su vuelta al origen material del que es modulación efímera, relieve ocasional. La materia renace como nueva forma, como nudo histórico de formas lentamente corroídas o drásticamente mutiladas. El monumento degenera en ruina, el todo en fractura, la venus en pedrusco sorprendido de su verdad eterna sin ojos, sin gesto, sin pintura, sin cabeza quizá, torso abstracto “que ningún rostro nos impide amar” -¿de dónde emana su serenidad?-.

El arte sobrevive en la ruina, porque, más allá de la forma erigida, subsiste en la materia que desvela formas ocultas, amorfas o deformes. El arte no es formal. Es el caos de la forma.

Y el arte redime los objetos de su función utilitaria. Una vieja escalera es ya un drama de ida y vuelta, renace como historia –“historia de una escalera”-. Una pipa en el museo “ya no es una pipa”.

Aunque el escultor elimina y el pintor sintetiza materia en busca de la divina forma, para el tiempo, toda forma es forma malograda. No es estatua, ni estancia, ni substancia. Sólo suceso. Un presente que vuelve porque pasa. Un torso que recuerda un cuerpo y un cuerpo que recuerda un torso - sólo lo frágil puede ser recordado-

Karlos de la Viuda ha pintado el tiempo. Antes, como explosión naranja en un espacio gris. Ahora, como espectro de “planchas metálicas” sometidas al óxido y a los tonos verde y azul del cardenillo. Auroras “con sandalias de oro”, atardeceres sombríos de azules progresivos, cielines deslustrados por el salitre, o mediodías agostados por el sol de Neptuno. Ecos de pinceladas que retornan. Pentagramas ligados por bemoles de la caída. Boleros otoñales. “Vanishing world”.

Cada plancha con su número en el arquitrabe del buque cuya función viajera hace ya tiempo que ha sido absuelta por el agua. Como es absuelta la técnica por el arte y la forma por el caos. Número, técnica y forma encuentran su verdad en el análisis del tiempo, que remite la obra terminada al arco iris de luminosos encuentros primordiales.

Karlos ha pintado ese océano.

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